Comentarios sobre los libros

Comentarios al libro Entonces percibo el silencio, de Marco Ponce Adroher

Por Juan Mihovilovich – Abogado, juez, escritor y académico correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua

De entrada, se percibe que no solo se trata de un libro sobre el silencio. Cierto: es uno de sus pilares, desde que el título del cuento que da nombre a la obra incursiona en ese estado intermedio que apenas intenta rebasar el supuesto límite entre la vida y la muerte.

Pero, si bien ese texto nos sume en las honduras de un personaje mudo y quieto, tiene una virtud especial: excede con mucho los vaivenes de una taciturnidad buscada o decididamente establecida, más allá de la pretensión de sus diversos héroes o heroínas quienes sufren, sueñan o apenas anhelan salir de sus enclaustramientos forzados o implícitamente voluntarios.

Cuentos que varían su espectro y abarcan escenarios sospechosamente disimiles, pero que tienen el añadido de una atmósfera común, envolvente, a ratos asfixiante, y que nunca nos deja indiferentes.

Decididamente notable resulta «Montaña», uno de los puntos más álgidos del volumen. Una narración ambivalente en que el erotismo, la magia de lo oculto y ese delgado hilo conductor que de nuevo traza su sello invisible entre lo onírico y la vigilia nos lleva (o lleva al personaje) hacia los parajes de una imaginación que se retrae y amplía a la vez, que hurga en los recovecos más profundos de un destino que resulta inmanejable y donde la historia, la superstición y la fatal atracción de lo desconocido se implanta en el corazón y la mente de un individuo que deja de pertenecer al supuesto mundo real.

Sin embargo, la diestra mano de Marco Ponce establece correlatos que sacuden las vísceras: «Ocho de noviembre: Faluya», el itinerario macabro de un soldado inserto en la guerra de Irak, aunque pudo ser y es, en la forma y fondo, cualquier guerra absurda como todas las guerras, en que lo atroz se mezcla con lo imprevisible, la ingenuidad con la estulticia humana y sobre todo, con esos poderes que manejan la vida de los hombres con una crueldad que excede lo inmediato, que transforma al individuo en un engranaje de una maquinaria guerrera abominable, con un desenlace, además estremecedor. Tanto como «Infracción», donde el simple expediente de cursar «un parte» por un policía corrupto se transforma en una suerte de boomerang que termina con la venganza circunstancial o la discutida justicia de propia mano.

Los textos de Ponce oscilan entre esos derroteros del mal entronizado en la naturaleza humana y ese afán de ver más allá del pozo en que la civilización moderna se haya enquistada, hace ya un rato más que largo. Por lo mismo merece especial atención Donde bajan los dioses, un texto formidable, que, de un modo sencillo y enigmático, va evidenciando encuentros cercanos de un tipo desconocido, con seres etéreos, difusos y bellos, que iluminan el paso cansado de un personaje que construye un aposento y que, sencillamente, espera. Lo que viene es «otra cosa», otra dimensión entrecruzada con la nuestra y que deshace los conceptos tradicionales de la materia, la descompone y coloca ante nuestros ojos «esa otra vida», pletórica y misteriosa, subyugante y decididamente esperanzadora. En perspectiva similar, aunque con matices variables, se yergue «La frontera» y «Los nombres y los datos».

Quizás si el añadido de «más cuentos» haya resultado indispensable, máxime si «Persecución» refleja ese desvarío actual de una mente masculina enfermiza que se obsesiona con buscar en la mujer que aparentemente ama, desea o necesita, intenciones siempre perversas o enrevesadas, cuando únicamente se trata de resaltar los propios desequilibrios internos sujetos a demonios que obnubilan la reflexión o que la hacen permeable a esas inseguridades que vienen con la consabida estructura machista y dominante, hasta que un final inesperado termina con una persecución que se devuelve, tal vez porque el único perseguido haya sido siempre el mismo y extraviado personaje.

Y para redondear estos bocetos generales, otro de los puntos sobresalientes: «Port Lligat», una secuencia que abarca no solo la pintura de Dalí, toda vez que la modelo que irrumpe en el museo y pasa de una a otra galería hasta aquietarse en la obra “Muchacha en la ventana”, previamente ha soñado con salir de los márgenes del anonimato, ha entrevisto el genio de Picasso o quiso mimetizarse con Sonia de Klamery. Pero su itinerario tenía el fin de las predestinadas y con ello la divina mano de Dalí, su imagen póstuma y perturbadoramente viva dentro de un salón donde Elena ya nunca más podrá estar sola.

En fin, estamos en presencia de un escritor que ha logrado establecer un proyecto literario serio, premunido de una innegable dosis de talento, que se inserta en una narrativa muy bien estructurada, siempre sugerente, con pinceladas borgianas que preanuncian un universo literario aún mayor y que puede vislumbrarse con cierta nitidez a través de claves enraizadas como al pasar en cada uno de los textos que componen un libro, a todas luces, cautivante.